Atrás en los distantes días lejanos de
la Edad del Sueño, el hijo del líder de una atrevida tribu guerrera se
puso en marcha un día en busca de un presente para una doncella. No
bastaba con algo corriente; las horas pasaban, hasta que llegó a una
gran charca en la que retozaba felizmente un pequeño animal asombroso.
Usando su red, el joven capturó pronto a la extraña bestia.
Por la forma, recordaba a un
ternero o a un potro, pero su cabeza era parecida a la de un bulldog,
con un hocico desafilado y amplias fauces repletas de diminutos dientes.
Su cola con aletas era larga y aplanada, sus ojos brillaban como
antorchas, y su cuerpo estaba recubierto con un mosaico de escamas
iridiscentes. Deleitado, el joven volvió a casa con este maravilloso
animal.
Sin embargo, el sabio líder de
la tribu quedó horrorizado. Le ordenó a su hijo que volviera a llevar al
animal a la charca, pues se trataba de un cachorro de bunyip, y
cualquiera que se precipitara a raptar uno de ellos tendría que
enfrentarse pronto con la terrible cólera de su madre.
Pero ya era demasiado tarde. Un
espantoso rugido como el de todas las tormentas de relámpagos del verano
a la vez hizo eco por la tierra, y la gente temerosa vio que los ríos y
los lagos se habían levantado, sumergiendo los valles y las llanuras en
una inundación completamente arrolladora. En un éxodo desesperado, la
tribu salió corriendo a las montañas, pero el hijo del líder aún no
había renunciado al pequeño dragón de agua.
De repente, una enorme sombra
negra cayó sobre la gente que huía. Era el bunyip madre, una inmensa
imagen de escamas brillantes, dientes rapaces y una rabia de reptil
monstruosa.
Finalmente, dándose cuenta de su
desmesurada locura, el joven abrió los brazos para liberar al cachorro
de bunyip – pero ya no eran brazos. Se habían convertido en un par de
alas con plumas. Dio un grito de terror, pero su grito no era el de un
hombre. En su lugar, era el triste graznido de un extraño nuevo pájaro
con cuello largo y delgado, pico rubí y plumaje tan negro como la sombra
de la madre bunyip. Miró a sus compañeros y vio que también estaban
transformados.
Al fin, la madre bunyip volvió
con su cría, y las aguas volvieron a su antiguo nivel, dejando atrás lo
que una vez había sido una tribu de humanos, pero que ahora era una
bandada de cisnes negros, la primera que se había visto en el mundo.
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